24.9.11

La Casa, final.


Quería saber más de la mujer. ¿Qué paso con ella?, pregunté seguro de que iba a ser un tema difícil de manejar para mi amigo. Durante el rato que siguió, en sus palabras no hubo atisbo de rencor, enojo, odio u orgullo. Solo la resignación que produce la libertad ajena cuando no se condice con las decisiones de la propia. No era amargura, sino más bien cansancio. Un cansancio de haber intentado todo, vanamente. El cansancio que finalmente produce la no correspondencia. Hay batallas que no pueden ganarse, le dije. Duele en el alma no poder hacer nada, me contestó. Salvo esperar. ¿Esperar qué? Le pregunté rápidamente. No me contestó.

¿Por qué se fue? Otra pregunta como acero hirviente. No creo que lo sepa en esta vida, me contestó y cerró  los ojos, tal vez intentado combatir esos demonios que sugieren todo tipo de argumentos, desde los más inocuos a los más turbulentos. En cuanto a los asuntos del corazón ajeno, intentar penetrar en sus misterios es tan orgulloso como las conclusiones que uno saca, terreno fértil para justificar estupideces. No, ya no dejo que me tiente ninguna explicación, me dijo con determinación.

La mano que no sostenía el cigarrillo se contrajo rápidamente, marcando los mismos tendones que antaño manejaban con suavidad el recorrido de sus dedos por las mejillas de ella. Ella ya no está y no quiere volver, dijo secamente. Ese es el asunto entre esta casa y yo.

A un costado de la ventana hay un roble añoso. Se posó un gorrión  y comenzó a canturrear. Sin previo aviso, sin pedir permisos. Como habíamos abierto la ventana para liberar los humos del tabaco, la casa comenzó a llenarse de su canto. Prueba irrefutable de que lo realmente importante en estos asuntos es el para qué . Como espada toledana, la fortaleza viene de los golpes.

Note que había un cuadro nuevo sobre la chimenea. En caracteres trajanos , rezaba:
Pruebas con mayor dolor a las almas qué más quieres.
No decía nada más. ¿Hacía falta?

¿Sabes dónde está? Fue mi última pregunta. Persiguiendo la felicidad, me contesto con tranquilidad. Igual que el resto del mundo.

Mire lentamente todo el hogar. No me cabían dudas. Era una casa que había sido hecha para dos. Ya volverían las risas, la leña ardiendo, los libros, la música y las ganas de compartir. Tarde o temprano.